Si todo el mundo habla…

Si todo el mundo habla, hablara, o hablase de lo que entiende… ¿Sé acabarían las conversaciones?
Manuel Azaña, además de ser un hombre serio y comprometido con su tiempo, nos dejó frases que, vistas desde otro ángulo, tienen un potencial humorístico delicioso. Tomemos, por ejemplo, su idea: “Si todo el mundo hablara de lo que ….”. Vamos a diseccionarla con un poquito de humor (y cariño, claro).
El silencio nunca fue tan atractivo. Imaginemos por un momento que Azaña se sale con la suya y todo el mundo solo habla de lo que realmente entiende. Las reuniones familiares durarían 10 minutos, máximo. Los debates televisivos… bueno, desaparecerían directamente. Y Twitter sería un oasis de calma. ¿Quién podría quejarse?
Pero, claro, si aplicamos esta regla, ¿qué pasaría con los debates interminables sobre fútbol en la oficina? Porque, admitámoslo, saber gritar “¡fuera de juego!”, no equivale a entender la regla, (que, según mi teoría, cambia cada vez que pestañeamos). ¿Y los amigos y «cuñaos» que opinan sobre política como si tuvieran una bola de cristal? Tendríamos que llenar ese vacío con un karaoke improvisado o, peor aún, con un baile temático.
El arte de hablar sin saber. La realidad es que hablar sin saber es, para muchos, un deporte nacional. Azaña subestimó la creatividad humana: podemos charlar durante horas sobre cualquier cosa, desde el clima (¿quién no ha dicho “parece que va a llover” mirando un cielo despejado?) hasta teorías conspirativas dignas del mejor guion de Hollywood.
Además, ¿qué sería de nuestras queridas reuniones sociales sin esas anécdotas de “un amigo me dijo que…”, que vienen sin pruebas ni fundamento? El universo colapsaría, eso está claro.
¿Una solución para la felicidad? Tal vez Azaña solo quería paz y un poquito de lógica. Pero seamos sinceros: si todo el mundo hablara únicamente de lo que entiende, nos privaríamos de los grandes momentos de confusión colectiva que nos unen como especie. ¿De verdad queremos un mundo sin conversaciones absurdas ni discusiones acaloradas sobre qué animal ganaría en una pelea, un oso o un tiburón?
En conclusión, podemos admirar la sabiduría de Azaña, pero también agradecer que no seguimos esta norma al pie de la letra. Porque, al final del día, hablar de lo que no entendemos nos recuerda algo importante: que el ser humano, aunque no siempre brille por su lógica, es maravillosamente entretenido.